La gata que miraba las estrellas


Hace algún tiempo una gata miraba a las estrellas. Cada noche, antes de dejarse llevar por el arrullo del ensueño subía a los techos de las casas a las afueras de la ciudad. En ese entonces todavía las luces no deslumbraban a la bóveda celeste, por lo que ésta brillaba en todo su esplendor. La gata miraba fijamente hacia la oscuridad del cielo y se preguntaba que habría ahí, en esos puntos brillantes, tan distantes pero tan radiantes que todas las noches aparecían en un espectáculo único, moviéndose lentamente entre el crepúsculo y el ocaso. Quizá los hombre no tenían paciencia para ello, pero la gata se quedaba toda la noche observando aquellos puntos distribuidos entre la eterna oscuridad.
Una noche la gata decidió averiguar por su cuenta de que se trataba todo aquello que parecía inalcanzable. Primero puso una pata en el aire, para cerciorarse de la firmeza de este. Siguieron el segundo, tercer y cuarto paso, poco a poco pero firmemente, sin temor, hasta alcanzar lo imposible, caminar en el aire. Como si de algo común se tratase, la gata comenzó a subir cada vez mas alto, sin temor a caerse, sin temor a perderse. Como si de escalones se tratase, el viento la acompañaba en su camino, filtrándose entre los dedos de sus patas, acariciando tiernamente su pelaje.
La gata subió hasta las estrellas, cruzando el gran mar de amores y el cúmulos de las constelaciones. Atravesó las nubes estelares, pasó muy de cerca de púlsares y asteroides. Caminó entre los anillos de Saturno y las lunas de Neptuno. Dejó atras los vórtices de las mentiras y la densidad de las frustraciones. Finalmente se adentro entre la inmensidad de la oscuridad eterna, sin ningún rastro de miedo o remordimiento, solamente llena de curiosidad.
Un año luz después la gata volvió a su hogar, pero ya no le gusto lo que encontró. Su cama ya no era cómoda, su sueños ya no eran suficientes. Las luces habían invadido los cielos, impidiendo ver a los hombres el vals celestial. Los recuerdos se habían dispersado entre la humedad de la madrugada y la soledad de las calles. El estrés se apoderó de las mentes que resbaladizas habían olvidado las promesas de antaño. Solo quedaban los ecos, a lo lejos, atrapados entre las paredes de lo que alguna vez se le conoció como felicidad.
A la gata no le gusto nada de esto y decidió regresar a su eterno viaje celestial, entre el caos y las estrellas. Nuevamente, paso a paso se aventuro por los aires y se elevo hacia lo impensable, hacia lo imposible. Entre mas arriba estaba se tornaba cada vez mas frío, pero su pelaje la protegía de los achaques del tiempo. Se topo con lugares ya conocidos, pero siguió adelante, a paso firme, navegando entre murmullos de cristal. Se olvido de los rostros y de las esencias, adentrándose cada vez mas hacia lo desconocido. Los días se volvieron meses y los meses años, y todos en conjunto, un ínfimo suspiro. La realidad se mezclo con los sueños y las ilusiones, la verdad con los anhelos y las esperanzas.
La gata finalmente llego hacia la luz, aquella luz primordial motivo causante de todo lo que es, fue y será. La miro fijamente, como cuando veía cautivada a las estrellas. Recordó las cosas que pudo ver y se acostó cerca de esa luz, reconfortándose con la calidez que emanaba. Se fijo en el firmamento y pudo notar un pequeño punto gris, rastro apenas distinguible de lo que fue, difuminándose cada vez mas y mas entre las galaxias. Cerró sus ojos y lentamente dejo llevarse por el arrullo del ensueño.