Esto lo pidieron alguna vez en el taller de radio, recuerdan?? Lo leyó Tío Pinto y me dijo que lo publicara. Un año después aki lo tienen....
Lo primero que escucho hoy en la mañana es la alarma de mi celular; son las seis de las mañana. El sonido de esta alarma es particular, ya que hace algún tiempo, en la ociosidad de la noche, grabé algo parecido al cacareo de una gallina. Quedo tan estruendoso que decidí ponerlo de alarma y timbre. Vaya que despierta…
Después me dedico a tronar varios huesos de mi cuerpo, y a estirarme. Poco a poco, el sonido hueco de mis articulaciones desciende, desde mis entumidas manos, pasando por un tronar más grave en mi espalda, hasta finalizar con un tosco crujir de mis tobillos.
Descalzo, oigo mis pasos no mas descriptibles que con la onomatopeya “Plap” constante que presurosos se dirigen al calentador de agua. El chiste es subir un switch para que el agua pues se caliente. Después del sonido eléctrico que se produce al subir el mencionado switch, se escucha de manera clara como el agua burbujea al encontrarse precipitosamente con el calor eléctrico.
Diez minutos tienen que pasar para que el agua se caliente de la manera más apropiada, para que arda en la espalda, y uno se sienta vivo por las mañanas. El caer constante de la regadera, un sonido cristalino y con mucho eco, contrasta con el (a mi opinión) horrible griterío de las aves, chillido estridentes desafinados, atonales y monótonos.
El sonido cristalino se calla, se trasforma en algo más grave, en un sonido más seco, increíblemente tratándose de agua. Se trata de mi espalda, al hacer contacto con la cascada hirviente. Enseguida viene el habitual sonido espumoso del jabón y del shampoo. Un tallar constante, y una caída ruidosa, como pequeñas explosiones (que en verdad lo son, revientan pequeñas burbujas). Después todo el ruido anteriormente descrito termina con un abrupto y simple goteo. Me termino de bañar.
Me seco con una tiesa toalla café, que pesa, en verdad pesa. Se me hace casi inaudible cuando me pongo la ropa. Mis oídos se tapan, con tanta tela encima de mi cabeza que terminara en algún momento en mi cuerpo. Me pongo los zapatos y rápidamente salgo de mi casa (resulta que vivo prematuramente solo) hacia casa de mi tía. Ya no hay más griterío de aves, sino más bien el silbido del viento. Va a ser un día frio. Por eso tengo chamarra. Abro la reja de mi tía, me dirijo hacia su puerta y como es de las que tienen resorte, al soltarla deja una estela de sonido metálico. Por alguna razón me llega también el olor frio y oxido del metal. Al entrar escucho a mi tía decirme buenos días, y me deja en la mesa un plato de huevo tibio (o huevo abotonado, aun cuando jamás le he visto siquiera camisa al huevo). Este exótico platillo (jajá) lo como con rapidez, casi casi al punto de oír como trago el alimento.
Regreso a mi hogar solo para lavar mis dientes. Un ir y venir de un ruido delgado, pero fuerte, como frotar dos piedras. Y encima añadido un espumeo. Para finalizar, al escupir oigo el choque entre lo solido y lo líquido, el lavabo y mis gárgaras (Que fino soy…).
Doy unos pasos más y abro la puerta. Por increíble que parezca, esta no produce ningún ruido. Abro el portón, al avanzar empujando las rejas me acompaña un sonido oxidado, como pidiendo por liquido.
Me meto al carro, cierro y al encender oigo el ronroneo grave del motor, junto con un chillido “Fresco” (la única palabra que me llego a la mente) de roce, dos cosas chocando. Probablemente sea alguna liga, algún resorte. No lo sé. Ya es tarde, hace una hora me levante, y todavía estoy a media de llegar a la escuela.
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