David Bowie


(1947 - 2016)

Banal, por decirlo de manera halagadora, era lo que escribí acerca de David Bowie el día que murió, una escueta reseña histórica y una miope descripción de como ha influido en mi quehacer musical. Banal pues, en un máxima expresión, quizá por lo inesperado del asunto, quizá por la resaca post-festiva, quizá por la mala praxis de querer estar en la actualidad todo el tiempo, costumbre extraña en mi pero que se me da de vez en cuando como buen millenial que soy.
Aunque muchos se refieran a Bowie por sus personajes, creo que lo mas interesante esta en la suma de sus partes. Si, conocemos a Ziggy Stardust, al Thin White Duke, a Pierrot y otras encarnaciones igual de destacables, pero lo que pocos logran ver es a estos alter egos como un conjunto, como algo global, sin caer en el cliche de llamarlo "El Camaleón del Rock", apodo que incluso el recién occiso citaba en tono de burla. No es la peculiaridad, de por si bastante notable, de cada una de sus facetas, sino el carácter del total de las mismas. Bajo una constante, que era el cambio, Bowie se manejaba por dos factores que yo creo le dieron lo que por hoy le recordamos: Lo bizarro y lo exquisito. 
Manejemos lo bizarro bajo dos terminologias, la que se le mal adjudica y la correcta. En la trayectoria "bowiana" destaca a todas luces lo bizarro definido como lo extraño, tanto de imagen como de sonido, excluyendo quizá sus Golden Years o los exitosos años del Let's Dance. Extraña y rara resultaba para la norma su música y su aspecto, pero aun así generaba una genuina fascinación. Y es que hasta en su origen de esta mal llamada bizarres era genuino, desde la peculiaridad de su voz hasta su apariencia, quitando la indumentaria y el maquillaje, en su simple mirada había algo diferente, literalmente. 
Aun así, mas interesante me resulta lo bizarro que fue, bajo la definición correcta: Lo valiente. Ciertamente no estaría escribiendo esto si David Bowie se hubiera estancado en la música sesentera que el 80% de los grupos musicales contemporáneos a su primer disco estaban produciendo. Escribo esto por la sincera admiración a su atrevimiento de hacer lo diferente, no a inventar recalco, mas allá de las opiniones sobre si amalgamó un nuevo genero con la trilogia de Berlin, pero si sacar lo underground, lo que parecía perderse en las sombras de la cultura pop, lo raro, lo extraño y lo diferente y ponerlo en primer plano, ante todos los riesgos. Atreverse a hacer algo distinto no por ser la moda o lo que le impusiesen, sino por el simple gusto de hacerlo y el genuino disfrute que le ocasionaba ese tipo de música. Y encima con exquisitez, con calidad, no bajo desde el punto de vista de los charts y las adolescentes gritonas de ocasión, sino del que sus mejores obras le otorgaron sin objeción; la trascendencia. Claro que el total de la obra de Bowie no es perfecto, tenemos el citado caso de su decadencia a partir de la mitad de los ochentas, cayendo en la tentadora oferta de la popularidad. Ya después se reivindicaría con joyas como Heathen y Blackstar e inclusive aplicaría nuevamente la bizarres, no solo en el aspecto artístico, sino al admitir de manera ecuánime lo bajo que cayo durante esos tiempos. 
Cito de manera farola e intelectualoide una frase de mi autoría, la grandeza se mide con dolor, que es aplicable en el esfuerzo de quienes llegan a ser gigantes en su area o, como en este caso, el dolor ante la perdida de alguien de tal tamaño. Con toda confianza me atrevo a decir que el legado que David Bowie deja va mas allá de lo efímero, de la plañideras llorando el momento, de las adjudicaciones de gustos por inercia o de remembranzas por la ocasión. Va por las estrellas...
R.I.P. David Bowie

Actualizado el 30/01/2016

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